Cuando hablamos de inteligencia emocional, hablamos de la capacidad del ser humano de entender sus emociones y las de quienes los rodean, identificar sus sentimientos, conocer su causa y consecuencia, generando resultados positivos.
También la inteligencia emocional se relaciona con la empatía, esa habilidad que tienen algunos de genuinamente ponerse en el lugar del otro, de cruzar la calle y ver las cosas desde la otra acera. Estamos hablando de emociones, todo eso de lo que estamos llenos, las sentimos, las conocemos, pero, ¿Cuánto tiempo invertimos en ellas?
Partiendo de estas ideas, hace unos meses leí al psicólogo Claude Steiner hablar de un ingrediente secreto de la inteligencia emocional, algo que no había escuchado antes de esta forma. Steiner defiende la importancia de identificar y controlar las emociones para obtener efectos positivos de ellas y lo hace desde la metáfora de las caricias.
Es una invitación a acariciarse con el tacto y con las palabras, a comunicar y expresar lo que nos hace sentir bien, lo que me hace sonreír. Y esta necesidad tan humana, parece tan indispensable como lo es comer o dormir.
Una caricia es un contacto suave, generalmente con la palma de la mano o las yemas de los dedos, sobre la piel de otra persona o sobre mi propia piel. Llevada a la metáfora, de la caricia en la inteligencia emocional me hace pensar en la palabra suave y sincera que quiero decir, el abrazo de aliento y los buenos consejos que sacaron adelante a alguien. Pero más allá de eso, me lleva a reflexionar sobre la importancia de mi propia caricia, esa dimensión de la IE que consiste en comprender nuestras propias emociones y sensaciones corporales que las acompañan.
Descubramos juntos esta dimensión y este lenguaje particular, la caricia vista más allá de un contacto, hablamos de la caricia que emociona. Imaginar las palabras como caricias puede ayudarle a partir de ahora a cruzar la calle de la que hablamos y empezar un nuevo camino.